by Julio Echeverria, The Diagonales Supervisor, Ecuador
EL CARÁCTER DE LA AFECTACIÓN VIRAL
La presencia viral, al volverse pandémica vuelve más clara la conexión entre la condición biológica y el comportamiento social. En la caracterización del coronavirus es fundamental la descripción de su origen; este resulta de la alteración de procesos simbióticos de estabilidad contingente, que las sociedades establecen con sus entornos naturales[1]. La producción de pandemias por lo general están asociadas a fenómenos de zoonosis, esto es, a la producción y migración de virus desde ambientes animales a humanos. La hipótesis más atendible acerca del origen del covid-19 es el mercado de especies silvestres de la ciudad de Wuhan en China, del cual se expandiría aceleradamente a nivel global.
¿Cuál es la relación entre el surgimiento de la pandemia y la alteración de estos equilibrios, provocados por la presencia humana y sus dinámicas económicas y productivas? ¿Cómo la dinámica viral actúa en el cuerpo humano y se expande gracias a su capacidad reproductiva que es social y por lo tanto favorable al contagio?
La caracterización del origen de las pandemias, así como de las formas en las cuales estas se reproducen, es fundamental. Si bien su origen parecería estar en la alteración de los equilibrios entre humanos y naturaleza, sus formas de expandirse tienen que ver con el ambiente social y sus formas de aglomeración, que se convierten en vectores o estructuras que favorecen el contagio. Esta doble dimensión se retroalimenta con efectos altamente letales en el contexto de sociedades cada vez más globalizadas e interconectadas.
Sin embargo, esta compleja imbricación entre sociedad y naturaleza no es suficientemente percibida ni teorizada, lo que incrementa la incertidumbre frente al fenómeno. La propagación viral no reconoce límites ni fronteras, puede franquear filtros y obstáculos que se interpongan. El virus se transmite a través del aire, que es el medio donde se reproduce la vida., El aire se contamina con la el virus exhalado por las personas infectadas. Al no recurrir a un vector claramente identificable, se dificulta el reconocer las líneas de contagio, lo que lo hace más amenazante. La aparente invisibilidad del virus produce miedo e incertidumbre. Se sospecha que está en todas partes, más en las zonas de contacto con el otro, en la respiración y en el aire compartido, esto es, en esa sustancia aparentemente inmaterial que permite el contacto y la reproducción vital.
Esta ceguera al enfrentar la presencia viral que no relaciona adecuadamente causas y efectos conduce a visiones reductivas en los distintos campos de aproximación científica. Para las ciencias biológicas, el virus aparece como enfermedad que debe ser atacada; se trata de una guerra que requiere de los dispositivos que se derivan del poder soberano y su despliegue tecnológico -test para ubicarlo en el territorio, pruebas para medir su letalidad y capacidad de contagio, cercos epidemiológicos para aislarlo y contenerlo-, mientras se produce la vacuna que lo elimine definitivamente. Para la aproximación sociológica, en cambio, el virus aparece como el ‘negativo’ que se expresa para disciplinar el cuerpo social, lo que deriva en reducción de la intensidad de los intercambios y de los contactos. El confinamiento de la población, el distanciamiento social, está dirigido a contener la expansión del virus, a cortar las líneas de contagio. Para la política sanitaria, se trata de una guerra frente a un patógeno externo que amenaza la integridad del individuo y por derivación del cuerpo social; para la visión sociológica, se trata de una operación de reducción de la socialidad hasta un punto básico de sobrevivencia, como medida para contener el avance destructivo de la contaminación viral.
Sin necesariamente dialogar ni compartir protocolos de conducta comunes, ambas aproximaciones se limitan a incidir en la fenomenología del contagio, en la estructura social de la aglomeración, que es la que lo posibilita, sin advertir o poner atención a las relaciones entre sociedad y naturaleza, en las cuales el fenómeno se origina. La emergencia viral y su desate de letalidad obliga a una rapidez de respuestas, que produce aturdimiento e impide ubicar las distintas escalas en su real dimensión. Es sobre este ‘pasar por alto’ que se sustenta la estrategia sanitaria del confinamiento y del distanciamiento social, configurándose como una verdadera operación biopolítica.
La aglomeración puede explicar tanto la alteración simbiótica como motivo desencadenante, como las formas de su propagación y contagio. Sin embargo, la alteración simbiótica parecería no estar directamente relacionada con la aglomeración como tal sino, de manera fundamental, con el cambio hacia una visión de lo natural despojado de la sacralidad que orientaba los rituales del acercamiento y del alejamiento. Una des configuración que, sin embargo, termina por hacer de la aglomeración un potencial vector patógeno.
La estrategia de enfrentamiento como guerra viral presupone una operación de sobre politización que ve en el virus la irrupción de un agente externo a ser combatido con todas las armas hasta lograr su aniquilación. La conexión entre sociedad y naturaleza se ve ahora condicionada por la política y sus formas de intervención. La presencia viral tiende a ser vista como ‘venganza de la naturaleza frente a una defectuosa subordinación ejercida sobre ella’ (Hegel). En lugar de revisar las formas de subordinación, o la subordinación misma, opta por el único camino que le queda, que es el de la guerra viral. La política tiende a especializarse en el control de los efectos sin advertir, al menos con la misma intensidad, la intelección de las causas.
Las estrategias de disciplinamiento, de control social y de confinamiento al cual acude la política sanitaria y que es registrada por la sociología como ‘arrinconamiento de la socialidad’, nos ubica necesariamente en el contexto de discusión del paradigma biopolítico. Se trataría, en ambos casos, de una biopolítica reactiva que impide advertir las señales y los efectos concretos de reconfiguración que puede traer consigo la presencia viral, al reconsiderar las formas de los encuentros entre humanos y entre estos y los ambientes naturales.
LA BIOPOLÍTICA REACTIVA
Es seguramente M. Foucault, quien ha desarrollado con mayor detenimiento el concepto de biopolítica. En su obra se aprecia el énfasis otorgado a la función de disciplinamiento que caracteriza la conformación del sujeto moderno. En este autor, la política sanitaria es el eje central en la configuración de la soberanía estatal: manicomios, hospitales, centros de reclusión, son instituciones de disciplinamiento, concreciones de un poder que se dota de dispositivos que niegan la vida para preservarla. Una verdadera semántica que organiza las formas de la reproducción social. Si bien Foucault no lo plantea como semántica, implícitamente lo hace, al identificar las relaciones entre discurso y poder. Sin embargo, Foucault transita con dificultad desde una visión disciplinaria a una visión generativa del poder. El poder es productivo, produce el sujeto sobre el cual después despliega sus mecanismos generativos.
Últimamente, ha sido en el contexto de la discusión filosófica italiana que esta vinculación entre disciplinamiento y generación del poder aparece con más claridad. Dos autores, G. Agamben y R. Espósito, desarrollan estas conexiones justamente en diálogo con la obra de Foucault. Agamben rescata la radicalidad de la formulación de Foucault cuando este propone un cambio de paradigma para la comprensión de la derivación del poder en la modernidad, desde el paradigma schmittiano amigo-enemigo al del zoè/natural-bios/ sentido, que está en el horizonte semántico de la biopolítica. Esta traslación permite identificar con más claridad la configuración de la categoría central de la política moderna, que es la de soberanía, la cual alude ya no solamente al el equilibrio alcanzado en la lucha antagonista propia de la política, sino al problema de la inclusión-exclusión que supone la intervención del poder en la misma naturaleza biológica del sujeto. “La pareja categorial fundamental de la política occidental no es la de amigo-enemigo, sino la de nuda vida-existencia política, zoè-bios, exclusión-inclusión”[2] (Agamben, G. p.18). Esta radical traslación pone el interrogante acerca de lo que se incluye y lo que se excluye en este proceso constituyente ¿Qué es lo que sacrifica el sujeto para constituirse como tal? Su configuración como perteneciente a la vida de la Polis, supone la negación de su estado natural, por tanto, de aquel espacio en el que se juega su misma configuración simbiótica, ese espacio que para la teología cristiana medieval era caracterizado como mundo de las percepciones, de la pasionalidad, del pecado.
Agamben denomina a esta vida natural, como nuda vida para diferenciarla de la vida con sentido, que resulta de la operación política en la cual está implicada su misma constitución. De aquella vida que ha pasado ya por la intervención del poder soberano, que es la única forma con la cual se vuelve posible su constitución en la modernidad. El poder soberano resultará de la inclusión/neutralización de la nuda vida, la cual se sacrifica o se redime en la política, o mejor, pasa del sacrificio a la redención. La soberanía es control, inclusión, neutralización, normalización-normatización de la nuda vida, una configuración que genera patologías y alteraciones. La biopolítica se caracterizaría por disciplinar ese sustrato natural sobre el que se soporta el sentido, por invisibilizarlo; la misma construcción de sentido podría ‘delirar’, salirse de la línea de inteligibilidad de ese mundo sobre el cual se constituye que es el de la nuda vida, al no reconocerse como parte de esta, al desconocer esa dimensión que es tan constituyente como la otra, o que es parte no escindible de la misma.
En dirección paralela, pero en alguna medida convergente, está el concepto de inmunidad, que desarrolla Espósito. La obra del filósofo italiano permite establecer con más claridad la coexistencia entre disciplinamiento y generación de poder constituyente; la negación de la vida es presupuesto de su salvación, un juego dialéctico que se mantiene abierto, una dialéctica sin desenlace claro, que bien puede conducir a la muerte del sujeto como a su salvación.
La inmunización parecería caracterizarse como una operación de negación, que es necesaria para su supervivencia, “la trágica aporía de una muerte necesaria para conservar la vida” (Espósito. R, p. 65) ¿Muerte del exceso de expansión vital? ¿Contenimiento de esa fuerza, determinado por los efectos que ella misma produce? ¿Una autocorrección necesaria? Según Esposito: “Todos los dispositivos del saber y del poder cumplen un rol de contención protectora respecto de una potencia vital proclive a una ilimitada expansión” (p.76). Se trata de la fuerza vital que irrumpe sin la contención necesaria, que desborda cualquier límite; es más, que requiere de ese límite para sostenerse frente a su misma acelerada potencia devastadora. Es la vida misma la que lo exige, “Sin ese obstáculo -o esa falta-, la vida del individuo y de la especie no encontraría la energía necesaria para su propio desarrollo, quedaría sojuzgada por el cúmulo de impulsos naturales, de los cuales, por el contrario, debe exonerarse…” (p. 76); “La inmunidad no es únicamente la relación que vincula la vida con el poder sino el poder de conservación de la vida. (…) la política no es sino la posibilidad de, o el instrumento para mantener con vida la vida.” (p. 74).
La estrategia inmunitaria no sería entonces una función externa a la vida, sino que gracias a esta se constituye. “Se perfila plenamente el carácter afirmativo que -al menos desde este ángulo- Foucault parece asignar a la biopolítica, en contraposición con la actitud de imposición característica del régimen soberano. Al contrario de este, ella no limita ni violenta la vida, sino que la expande de manera proporcional a su propio desarrollo” (p.62).[3] Según esta lectura, el paradigma inmunitario disciplina la fuerza devastadora de la nuda vida, la canaliza para permitir su supervivencia; pero al hacerlo, la con-forma; inmunización es configuración de ‘forma’, que por lo tanto está expuesta a la relatividad de todo proceso de configuración, una condición que se instala en el campo de la contingencia, que abre como cierra posibilidades, cuya operación puede generar desastres ecológicos, así como contenerlos.
Para Esposito, el paradigma inmunitario trabaja con esta dialéctica destrucción-conservación: “la ventaja hermenéutica del modelo inmunitario reside en que estas dos modalidades, estos dos efectos de sentido -positivo y negativo, conservativo y destructivo-, hallan finalmente una articulación interna, una juntura semántica que los pone en relación causal, si bien de índole negativa (…) la inmunización es una protección negativa de la vida” (p. 74).
¿Cómo leer a la luz de estos alcances, la presencia del covid-19? ¿Cómo entender la función que este cumple, más allá del reconocimiento de su presencia devastadora? ¿Es el virus el dispositivo de contención que resulta de la expansión de la misma potencia constitutiva del sistema? ¿Es resultado de la expansión sin límites del sujeto, que conduce a alterar los equilibrios simbióticos y, por esta vía, a producir su propia destrucción? ¿El virus posibilita la reconfiguración de los equilibrios simbióticos sobre nuevas bases de relacionamiento?
En las aproximaciones de las ciencias biológicas y sociales predomina aún una biopolítica reactiva. Ninguna de estas aproximaciones nos permite observar al virus en su ‘potencia generativa. En muchas lecturas del fenómeno, este aparece como señal o advertencia del riesgo al cual se enfrenta el desequilibro simbiótico, la alteración del ambiente natural por la presencia avasalladora de la economía capitalista y su invasión destructiva de bosques y de hábitats naturales, de especies silvestres, por la producción industrial masiva que conlleva aglomeraciones patógenas. El virus es respuesta a esa presencia avasalladora, es una señal de alerta.
Desde otra perspectiva, la percepción del riesgo que trae consigo el virus puede conducir al retraimiento, pero también a la regeneración de los encuentros sociales; el distanciamiento puede conducir a nuevas formas de acercamiento aún no claramente definibles. La gravedad de la afectación viral es una señal hermenéutica que atraviesa al cuerpo social, cuando este se ve compelido al retraimiento, cuando esta afectación es interiorizada como respuesta frente al riesgo. El impacto de la fuerza viral es letal al romper los equilibrios del alejamiento y del acercamiento social, lo cual necesariamente obliga a intervenciones que los reconfiguren. El juego de la vida es una permanente operación de inmunización, que regula los contactos entre elementos diferenciados; en este caso, las relaciones entre especies animales y entre estas y los humanos.
En la filosofía de la conciencia desde Hobbes a Hegel, aparece el negativo como potencia regenerativa, como fuerza constitutiva, una fuerza que está en la base de los procesos de reconocimiento, tanto de la realidad natural que compone a la conciencia subjetiva como a sus mismos procesos de autoconfiguración; particularmente en Hegel, el trabajo del negativo aparece en toda su radicalidad, como contradicción que es llevada hasta el extremo de la muerte (Hegel, G.W.F, 2008).[4] Es esta experiencia la que configura la necesidad de inmunización. En la modernidad, estas conexiones se especifican y asumen la connotación de estrategias deliberadas. Lo que acontece con la conformación del Estado soberano tendrá su correlato en la constitución del sujeto y en la soberanía que este ejerce frente a la naturaleza y a su mismo cuerpo.
Antes de la modernidad los dispositivos de alejamiento y acercamiento estuvieron allí, bajo la forma de rituales de iniciación y de expiación, que regulaban y normaban las relaciones entre cultura y biología. En las sociedades arcaicas o tradicionales, la fenomenología del ritual cumple una doble función. Hacia afuera, esto es hacia el ambiente natural, configura un verdadero laboratorio de experimentación mediante la ingesta de plantas y de animales, en un juego de permanente re establecimiento de equilibrios simbióticos; al hacerlo, replica dichas posibilidades en la interioridad del individuo y del cuerpo social. Una doble prestancia que regula el vínculo social al poner atención al ‘ambiente externo’ pero también al ‘ambiente interno’. La relación social presenta siempre este juego de interiorización y exteriorización que configura los rituales del reconocimiento. El paradigma inmunitario refiere a la presencia permanente de esta dinámica constitutiva.
En las sociedades complejas estas relaciones se ven alteradas, al punto de generar peligros ambientales, alteraciones patógenas que afectan la vida. El paradigma inmunitario advierte sobre esta condición de complejidad, al tiempo que reconoce su función, al posibilitar la permanencia de la evolución inestable de la naturaleza y del cuerpo social; establece así el espacio donde se pueden definir nuevos mecanismos de auto-regulación.
¿Es posible una biopolítica no reactiva, una biopolitica de la reconfiguración simbiótica?
Solamente una re-anudación de lo escindido puede posibilitarlo, una doble mirada que apunte con la misma intensidad a la deriva sanitaria de protección e inmunización del cuerpo social, como a la mirada autorreferente del cuerpo y de sus deseos, a la forma del ‘estar juntos’, a la contención de la fuerza de la subjetividad libre que no encuentra límites. La re-configuración simbiótica no soporta la imposición de estos, como en la narrativa constitutiva de la soberanía moderna, sino promueve la construcción deliberada de una nueva mirada sobre el vínculo social, sobre el mundo de las plantas y de los animales, sobre la contingencia de las transformaciones de la geología de las rocas y de los materiales. ¿Reconfiguración de rituales del alejamiento y del acercamiento? Seguramente sí, reconocimiento de la alta contingencia en la cual se reproducen los sistemas biológicos y culturales en las sociedades complejas contemporáneas. Un radical desprendimiento de las pretensiones del humanismo, en su afán de dominar y dar cuenta del mundo y de sus formas, la revuelta de la biopolitica simbiótica pasa por el necesario reconocimiento de la estructura de finitud de la cual está hecha el devenir del mundo y la misma evolución de los sistemas.
NOTAS
[1] La temática ha sido ya tratada en otras dos intervenciones mías previas; cf. Echeverría, J. Coronavirus y globalización y La pandemia como alteración simbiótica, publicado en italiano en: Covid19. Le parole diagonali della Sociologia, The Diagonales, 2020,
[2] Agamben, G. Homo Sacer, El poder soberano y la nuda vida, 2003, p.18.
[3] R. Esposito, Bios, Biopolítica y filosofía, 2006, p. 62.
[4] Hegel, G.W.F, Filosofía Real, FCE, México, 2008.
Imágenes: Escenas tomadas del film “La Princesa Mononoke”, de Hayao Miyazaki, estrenada en 1997.
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Julio Echeverría, Ecuadorian, professor at the Central University of Ecuador, he taught “Sociology of Complex Systems” and “Theory of Culture and Urbanism”. He was director of the “Instituto de la Ciudad”, a body responsible for research and knowledge production in the city of Quito. Among his recent publications: Ensayo sobre la política moderna (UASB, 2018), Ciudad y Arquitectura (Trashumante, 2019).